Lecciones de la fábula del burro y el tigre. Nunca discutas con un necio

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La fábula «No discutas con burros» no tiene un autor específico conocido. Es una fábula popular que se ha transmitido de forma oral y escrita a través de diferentes culturas y épocas, con diversas adaptaciones y versiones. No se puede atribuir la autoría a un único escritor, sino que es producto de la sabiduría popular y la enseñanza moral que se comparte a través de la narración.

La fábula, sintetizada en el proverbio “Nunca discutas con un neciote arrastrará a su nivel y te ganará por experiencia.”, nos invita a reflexionar sobre la inutilidad de ciertas confrontaciones. El “burro” simboliza al interlocutor que rehúye el razonamiento lógico, es decir, el necio que ademas puede apelar a la falta de escucha o al insulto, y no aspira a encontrar la verdad, sino a imponerse por su propia terquedad.

La escena se desarrolla cuando un burro sentencia al tigre: «El pasto es azul». Con lógica, el tigre corrige: «No, el pasto es verde». La controversia creció hasta que ambos decidieron buscar el arbitraje del león, soberano de la selva.

Incluso antes de alcanzar el claro donde el león aguardaba en su trono, el burro exclamó con vehemencia: «¡Oh, Alteza! ¿Acaso el pasto no es de color azul?». El león, con autoridad, confirmó: «Ciertamente, el pasto es azul».

Sin dilación, el burro prosiguió: «El tigre se opone a mi verdad, me contradice y perturba mi paz. ¡Imploro su castigo!».

El rey, con firmeza, declaró: «El tigre deberá guardar silencio durante un lustro».

Con júbilo, el burro siguió su camino, repitiendo con satisfacción: «El pasto es azul…».

El tigre, resignado, aceptó la pena impuesta, pero antes preguntó al león: «Majestad, ¿por qué he sido castigado si la verdad es que el pasto es verde?».

El león respondió con sabiduría: «En realidad, el pasto es verde».

«Entonces, ¿cuál es el motivo de mi castigo?», insistió el tigre, perplejo.

El león sentenció: «La cuestión del color del pasto es irrelevante. Tu castigo radica en que una criatura de tu valía e intelecto desperdició su tiempo en una disputa con un necio, y además, osó molestarme con semejante insignificancia».

La fábula, aunque de estructura sencilla, encierra una sabiduría que trasciende lo anecdótico. Su verdadero valor reside en la lección trascendental que ofrece para vivir en armonía en todos los ámbitos de nuestra vida.

Sócrates, en el diálogo platónico, buscaba la mayéutica: el descubrimiento colaborativo de la verdad. El sofista, en cambio, perseguía la victoria retórica. Discutir con quien solo persigue el triunfo inmediato equivale a entrar en su juego, donde pierde sentido la búsqueda de la razón.

Los estoicos, como Epicteto, ense­ñaban que no todo estímulo merece nuestra reacción: “No es lo que te sucede, sino cómo respondes a ello”. Enzarzarse con un interlocutor irracional es alimentar la ira y el estrés, perdiendo la serenidad interior.

Ludwig Wittgenstein recordó que hablar es participar en “juegos de lenguaje” con reglas tácitas. Quien niega esas reglas -la coherencia, la prueba de premisas- no comparte el mismo juego. No hay terreno común para el diálogo.

La fábula “No discutas con burros” no nos exhorta a callar ante la injusticia o la crítica fundamentada, sino a discernir con quién vale la pena emplear nuestra palabra y nuestra razón. La filosofía nos enseña que la verdad necesita no solo argumentos sólidos, sino también interlocutores dispuestos a la búsqueda compartida. Elegir el silencio o la retirada frente a la cerrazón ajena es una victoria personal: mantienes tu integridad intelectual y preservas la calidad de tus futuras conversaciones.

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