El drive retumba,
trueno contenido en los brazos,
la bola se eleva como un cometa
que desafía al cielo con su fuego.
El hierro siete canta,
corta el pasto con filo de viento,
un suspiro verde se abre en la tierra
y la esfera blanca emprende su vuelo.
El putt respira en silencio,
la yema de los dedos sostiene el pulso,
la línea invisible guía el destino,
y el hoyo aguarda con paciencia de piedra.
Un birdie estalla en el pecho,
chispa de júbilo que enciende la sangre,
un eagle es río desbordado,
grito que rompe la calma del aire.
Pero el bogey muerde,
clava su sombra en la frente,
frustración que arde en los labios,
lección escrita en la hierba húmeda.
Miro al cielo,
la bola dibuja un arco en azul profundo,
cae como estrella fugaz en la distancia,
y el alma viaja con ella.
Los árboles susurran secretos,
las aves trinan melodías de calma,
el viento acaricia la piel con frescura,
y el agua ondula, espejo tembloroso.
En cada swing,
la vida se repite:
potencia, precisión, emoción y espera,
un juego eterno entre el espíritu y la naturaleza.


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