Aquí está el texto mejorado:
Mi pasión por el hockey nació en 1992, cuando vi por primera vez la película de Disney «The Mighty Ducks». A pesar de sus errores de escena, edición y un guion algo predecible dentro del género deportivo, esta película se volvió icónica para mí con el paso del tiempo.
Crecí en la capital del Estado de México, una de las ciudades más frías del país. Sin embargo, no contaba con pistas de hielo ni lagos congelados; de hecho, ni siquiera nevaba. Por ello, mi afición por el hockey se desarrolló sobre patines de ruedas en línea, que eran toda una novedad en aquella época. Me inspiraban los personajes de Gordon Bombay y Adam Banks, así como las grandes figuras de este deporte en ese momento: Mario Lemieux, Eric Lindros, Steve Yzerman, Mike Modano, Brett Hull, Paul Kariya y el legendario Wayne Gretzky, entre muchos otros.
El hockey es un deporte que propicia grandes amistades, como lo demuestran las historias de los equipos más importantes de la NHL. Fue así como, junto con mis amigos, fundamos el equipo «Las Cebras». Inicialmente queríamos llamarnos «Tigres Blancos», pero las bromas de los equipos rivales sobre el diseño de nuestro uniforme nos llevaron a adoptar el nombre con el que nos identificaban.
Mi primer equipo estaba formado por quienes hasta hoy son mis mejores amigos. Entrenábamos durante muchas horas al día; en menos de tres años desgasté más de cinco pares de patines. Con creatividad e ingenio, diseñamos y construimos nuestras propias porterías y el equipo de protección para el portero. Incluso llegamos a filmar un video musical y compartíamos momentos jugando videojuegos de hockey en la consola Nintendo 64.

Durante aquellos años de juego, vencimos en numerosas ocasiones a Las Pirañas, y solo un equipo nacional, Los Huracanes, logró derrotarnos. Fueron tiempos inolvidables, aunque las pistas de hielo no llegarían a Metepec hasta 2008. Todo deporte requiere dedicación, pasión, disciplina y talento; a veces no se puede tener todo al máximo nivel, pero es necesaria una combinación de estos factores.
En 2015, durante una conversación con uno de mis mejores amigos de secundaria, cofundador de Las Cebras, me animó a practicar hockey sobre hielo en la pista de Lerma, cerca de Toluca. Nos unimos a los Ice Sharks, un equipo que estaba desapareciendo gradualmente. Allí aprendimos los movimientos básicos, fortalecimos nuestros cuerpos y mejoramos nuestra condición física. Aunque jugábamos por el placer de aprender y divertirnos, la experiencia fue breve: el equipo se desintegró por diversos motivos y la pista terminó cerrando.
En 2016, me acerqué a la pista de hielo de Santa Fe, donde estaban por iniciar un nuevo proyecto de entrenamientos básicos de hockey. Decidí inscribirme. Aunque varios participantes no sabían patinar y muchos jamás habían jugado hockey, yo buscaba continuar practicando el deporte que más disfruto. Con el tiempo, mi hermano se unió y, al mejorar nuestro nivel, decidimos formar un equipo: así nacieron Los Hooligans, forjados entre caídas, golpes, risas y camaradería. Como en el pasado, diseñamos nuestro uniforme, elegimos el nombre y disfrutamos cada partido.
Un gran equipo se construye por su filosofía y sus integrantes. Perdimos nuestro primer partido contra Pumas de manera contundente, pero no perdimos el ánimo. Nos inscribimos en la SNHL y mejorábamos constantemente, aunque con altibajos en nuestro desempeño y algunos cambios en la plantilla. Llegamos a las finales de la 4ª división, donde fuimos derrotados en el partido por el ascenso, pero ya era un logro importante estar ahí.
La siguiente temporada comenzó con múltiples victorias; nos habíamos convertido en un equipo competitivo en nuestra categoría y parecíamos imbatibles. Sin embargo, nos enfrentamos nuevamente a Pumas, el equipo recién descendido de 3ª división y nuestros primeros verdugos. A pesar de nuestra mejora y confianza, fuimos derrotados 5-1. La derrota fue especialmente dolorosa porque habíamos ganado todos nuestros encuentros contra Orcas, Osos, Bipolares y Vikingos, equipos que no habían podido superar a Los Hooligans de Santa Fe.
La revista Men’s Health realizó un reportaje sobre el equipo, sumándose a otras grandes experiencias compartidas: lesiones, celebraciones de cumpleaños, visitas de nuestras parejas a quienes queríamos impresionar, despedidas, tensiones, apoyo y compañerismo. Había sido un largo camino y creíamos poder vencer a Pumas, pero nos encontramos con una muralla infranqueable.

El torneo siguió su curso y nuestro balance de victorias y derrotas nos llevó a disputar la final por el ascenso. Pumas era nuevamente el equipo a vencer. Me sentía como un niño emocionado, mientras todo el equipo mantenía un semblante serio antes del partido; nos enfrentábamos a nuestro «coco». En el vestidor, nadie alardeaba de las victorias pasadas contra otros equipos; cada uno se concentraba a su manera y parecía que solo queríamos dar inicio al juego. Ese día, varios antiguos compañeros se acercaron a apoyarnos.
Patinamos entregando el máximo esfuerzo, con pases rápidos y tiros certeros. Sin embargo, al término del primer periodo íbamos perdiendo 2-1. En el hockey se juegan tres tiempos y no nos habíamos dado por vencidos; realmente creíamos que podíamos dar más, y así fue: el 25 de marzo de 2018 nos coronamos campeones con un marcador final de 5-2.

La sensación fue increíble: Los Hooligans, el equipo más nuevo de la liga, lo había logrado, al estilo «Patos contra Halcones» de aquella película mencionada al inicio. Sin duda, esta es una gran historia para recordar.
Por circunstancias ajenas a nosotros, la liga en la que jugábamos (SNHL) no pudo continuar con los torneos siguientes. Sin embargo, recibimos una invitación para participar en un torneo de 2ª división. Sabíamos que sería un desafío mayor, y así fue: perdimos muchos partidos, pero el formato del torneo nos permitió llegar a cuartos de final contra Búfalos de Metepec. Irónicamente, este equipo pertenece a la ciudad donde vivo y, por zona, debería ser mi equipo, pero no por convicción. Eran el tercer mejor equipo de la liga; esperábamos divertirnos y evitar una derrota aplastante, pero sorprendentemente logramos ganar en «shootouts».
Disputamos la semifinal contra Jurásicos, un equipo con gran trayectoria y excelentes resultados, los mejores en ese momento. Nos enfrentamos a ellos dando todo lo que teníamos, y aunque perdimos 5-4, fue uno de los partidos más emocionantes que he vivido.
Ser un Hooligan significa no darse por vencido, incluso cuando el rival sea notoriamente más poderoso, tenga más experiencia en el hielo y mejor control del puck. A un Hooligan no le intimida esto: encaramos, no nos rendimos, no aceptamos la derrota, no somos conformistas. Un Hooligan se enfrenta a los mejores equipos con la frente en alto, busca ganar los «face-off» y llegar a la portería como sea posible, anima hasta el último momento y solo exige a sus compañeros patinar más y al máximo.
Varios compañeros ahora juegan en otros equipos y quizá tengan mejores resultados, pero estoy seguro de que no experimentan mejores emociones. Esa adrenalina de remontar un 4-1 y conseguir un 5-4 como marcador final solo se puede vivir si perteneces al equipo que mejor sabe enfrentar a los más fuertes: Los Hooligans de Santa Fe.

Replica a Luis E. Parra Alva Cancelar la respuesta